DECIRLE SI A LA VIDA
27.09.24 | Por Andrea Fajardo
¿Puedes escuchar los latidos de tu corazón, el sonido del agua cuando te bañas o el sonido del viento atravesando las ramas de los árboles? ¿Reconoces el pulso de tu corazón en este momento? ¿Y si te detienes a sentirlo?, tal vez colocando una mano en el pecho, en tu cuello o en tu muñeca. ¿Qué sucede en ti cuando te detienes a darte cuenta de la vida que te recorre, de la vida que te rodea y del flujo de vida que estás siendo en este momento? ¿Y si ahora te detienes a notar el ritmo de tu respiración? Dos ritmos en un cuerpo, una vida, dos ritmos en un cuerpo en medio de otros ritmos y otros cuerpos.
Decirle sí a la vida lo asociaba a decirle sí al sufrimiento. He sido muy buena recorriéndolo y sobre todo quedándome allí. He pasado muchos años echando raíces y construyendo aldeas interiores alrededor de lo que se percibe como oscuro y pensaba que no había más, que mi vida giraba en torno a la densidad y el ritmo lento y catatónico de mis sombras: la tristeza, el miedo y el dolor y sobre todo de la historia que habíamos vivido yo, mi familia y mis ancestros. No me había dado cuenta de que estaba siendo una oveja en medio de un rebaño, escondiéndome en medio de los mensajes y condicionamientos que recibí de cómo debía ser, de mis heridas y mi rol en los diferentes contextos de los que he hecho parte. ¿Te resuena?
Pues bien, parece obvio, pero hace unos días tuve un gran descubrimiento: me di cuenta de lo mucho que estaba atada a esta aldea, a la contracción de la vida y todo lo relacionado con la muerte, no estaba dispuesta a dejar ir el dolor y mi identificación con éste. Y entonces tuve la oportunidad de vivir una experiencia que me llamaba a detenerme y a escuchar el ritmo de mi cuerpo y este me pedía moverme, me pedía fluir, me pedía ser río, ser agua y dejarme llevar por las ondas de la energía de mi cuerpo. Me pedía dejar fluir sonidos de mi garganta, mover mis piernas, mis caderas y mi pecho, no quedarme en la aldea, sino zarpar a otros territorios. Me encontré en un limbo: ¿quién soy si no la que adolece?, ¿quién soy si me abro a dejarme llevar por mis impulsos? La mente está llena de historias, la mayoría respaldadas por experiencias reales vividas en otros momentos que condicionan cómo percibimos y experimentamos el mundo en nuestro presente.
Elegí cuestionar esas historias y dejarme llevar por mis impulsos: apareció un sí en mi cuerpo hacia la vida, mis movimientos se sentían placenteros y me arriesgué a hacer contacto con otros cuerpos, con otras vidas desde lo que se sentía fluido en mi cuerpo. Encontré inocencia, curiosidad, placer y una expansión en mi corazón. Me di cuenta que quería más de esto, quería saborear más la comida, olerme más, bailar más, escuchar más al viento y los infinitos sonidos de los pájaros, sentir mi sangre recorrer mi cuerpo y mi corazón latir como una tambora. Me sentí inmensa y me di cuenta que para llegar a este lugar, tuve que decirle sí a sentir el dolor, recorrer mi no a soltarlo para llegar a la vibración placentera de la energía vital que me recorre, que me compone. Decirle sí a la vida es una invitación a sentirlo todo y luego a dejarlo ir, a permitir la ondulación entre la vida y la muerte, el placer y el displacer, porque en medio de esta ondulación y este ritmo está nuestro ritmo, único e irrepetible, aquel que nos invita a transformarnos de ovejas a leones y leonas, para poder ser dueños de nuestra selva, para elegir ser dueños de nuestra existencia.
Y tú, ¿quieres seguir más tus impulsos? ¿Qué dice el ritmo de tu corazón ahora? ¿Hay algún anhelo que esté palpitando? ¿Cómo sonaría si le dieras voz, qué color tendría si lo sacaras a la luz?, ¿Qué movimiento tendría si le dieras espacio? Esto es claramente un camino cuyo final es incierto, sin embargo, quiero invitarnos a abrirnos a sentir nuestro flujo y aquello que lo bloquea, dónde nos atascamos, sentir qué necesitamos para seguir nuestra propia ondulación, nuestro sí y nuestro no en un continuo perpetuo: la vida en su constante impermanencia, sí, ¡la vida!